Hablar de la economía española sin hablar de turismo es quedarse a medias. Este sector no es una actividad accesoria ni un simple generador de divisas: es una de las industrias y motores fundamentales de nuestro país. Aporta una parte decisiva del PIB, sostiene millones de empleos y proyecta nuestra imagen al mundo. Pero, sobre todo, es una fuerza invisible que conecta territorios, industrias y generaciones.
El turismo es riqueza porque multiplica su impacto. Cada visitante que llega a España activa una cadena productiva que va mucho más allá de hoteles, restaurantes o museos. Detrás de una reserva hay transportistas, pescadores, agricultores, comerciantes, artesanos, gestores culturales y profesionales de la innovación. El gasto turístico se convierte en ingresos fiscales que financian sanidad, educación o infraestructuras. Su efecto multiplicador lo convierte en una palanca imprescindible de estabilidad y prosperidad.
Pero el turismo no solo aporta cifras. También corrige desequilibrios. En un país tan diverso como el nuestro, el turismo es un factor de cohesión territorial. Gracias a él, comarcas rurales, destinos de interior o regiones costeras encuentran oportunidades de desarrollo y empleo. Allí donde otras industrias han desaparecido, el turismo ofrece un salvavidas económico. En muchos pueblos, mantiene abierto el comercio, conserva tradiciones y contribuye a fijar población.
Ahora bien, su importancia no debe cegarnos. Un modelo basado únicamente en la cantidad de visitantes está condenado a tensionar las ciudades, agotar los recursos naturales y erosionar la calidad de vida de los residentes. Ya lo estamos viendo en algunos destinos: pérdida de autenticidad, encarecimiento de la vivienda, congestión urbana y rechazo social. Si no corregimos a tiempo, el turismo puede volverse contra sí mismo.
En los últimos años se ha extendido un discurso que tiende a demonizar el turismo como si fuera el origen de todos los males urbanos y ambientales. Esta visión reduccionista no solo es injusta, sino también contraproducente. Nos hacemos un flaco favor como país si desprestigiamos una industria que ha sido —y puede seguir siendo— motor de desarrollo, siempre que se aborde con inteligencia y responsabilidad.
La clave está en cambiar el enfoque: pasar de un turismo que resta a un turismo que suma. Un turismo que genere más valor con menos impacto. Que diversifique la oferta para evitar la estacionalidad y repartir beneficios durante todo el año. Que dignifique las profesiones turísticas poniendo en valor su importancia, porque sin trabajadores motivados no hay experiencia de calidad para el visitante.
Ese “turismo que suma” es también el que integra la sostenibilidad como condición innegociable. No hay futuro turístico sin respeto al entorno natural ni sin conservación del patrimonio cultural. Apostar por movilidad sostenible, reducción de la huella de carbono, gestión eficiente del agua y protección de la biodiversidad no es un capricho ecologista: es un requisito económico. Un destino degradado deja de ser competitivo.
España tiene la experiencia, los recursos y la marca para liderar este cambio. Somos referencia mundial en hospitalidad, gastronomía, patrimonio y diversidad de paisajes. Disponemos de infraestructuras modernas y un sector privado dinámico. Lo que necesitamos es un compromiso colectivo, una gobernanza compartida entre administraciones, empresas y ciudadanía, que oriente el turismo hacia la calidad y la sostenibilidad.
El turismo es, en definitiva, nuestro “oro silencioso”: una riqueza que fluye constantemente y sostiene buena parte de nuestro bienestar. Pero como todo recurso valioso, requiere cuidado, gestión responsable y visión de futuro. No basta con contabilizar millones de llegadas; hay que medir también su capacidad de mejorar vidas, conservar entornos y generar prosperidad duradera.
Convertir el turismo en un ejemplo de sostenibilidad e inclusión no es una aspiración idealista. Es la única estrategia que garantiza que España siga brillando como potencia turística mundial y, al mismo tiempo, como país que sabe transformar su riqueza en bienestar para todos.
En este Día Mundial del Turismo, celebremos no solo a los millones de visitantes que eligen España, sino también a quienes, con su trabajo y esfuerzo, hacen posible que nuestro país sea destino de hospitalidad, belleza y diversidad. Que esta jornada nos inspire a proteger nuestro “oro silencioso”, para que siga brillando, generación tras generación, como una fuente de orgullo, bienestar y futuro compartido.
Agustín Almodóbar Barceló
Senador por Alicante y Portavoz de Turismo del Partido Popular